martes, 6 de septiembre de 2011

Envejecer.

Es un arrugas de preocupación y un gesto sombrío que ya no se me va ni se me irá nunca.
Es un comportarme como una puta niña mal de la cabeza, porque me conoces, sabes que soy así, pero frenar de golpe y utilizar palabras de más de tres sílabas durante horas de discusión.
Es un entender las referencias pictóricas de las crónicas literarias y viceversa.
Es un ser consciente de las cosas, así, de golpe, que se me vienen encima incluso cuando me duele gastarme cinco euros que no tengo en una camisa que necesito.
Es un llorar por las noches y un sentir el sexo como parte intrínseca de mi vida y un pavor horrible a quedarme sola por el resto de mis días.
Es un ser consciente de mi cuerpo y pasar aleatoriamente de asustarme a la autocontemplación a la curiosidad al orgullo escondido y a la vergüenza, ambos a la vez.
Es un tener que pensar lo que dices porque ahora, oh, ahora te hacen caso, y eso impone, impone mucho.
Es un abrir la boca para hablar y darte cuenta de que la gente se calla y te toma en serio, y sobre todo que eso, más allá de la realización personal, va a tener consecuencias reales en el mundo físico.
Es un miedo insoportable, un miedo insoportable al tiempo que se escapa entre los dedos.

1 comentario:

Ire dijo...

no es miedo al tiempo... es miedo a lo que significa, que es que, al decir y hacer, elegimos un camino y dejamos otros atrás y eso ya no tiene remedio...