domingo, 6 de noviembre de 2011

Aquellas manos.

Simplemente tengo ganas de algo que no es esto, lo siento, o quizá quiero construir un ideal tan idílico como falso, recuperar lo que no existió nunca por su parte pero que yo me creí como la idiota que soy. Y que, por una vez, esto también vaya por tu parte. Sólo que tú no eres tú, por mucho que yo trate de autoconvencerme. O al menos, no el tú que deberías ser en ese mundo perfecto, el tú que yo querría que fueses. Así que no sé. Quizá he metido la pata en todo, huyendo de ese sentirse sola, de ese rotar continuo de sábanas. Porque creo que no seré capaz de nada, de nada, hasta que no vuelva a sentir eso. Y es una putada, sí. Sobre todo para ti, supongo. No quiero refugiarme en algo que no es lo que yo quiero y tratar de cambiarlo a mi gusto, sería estúpido; eso de comprar el piso sin amueblar no funciona en estos casos, y a mí me gusta el mobiliario agresivo, que me arañe en la espalda y me deje rendida, que me sostenga, que me discuta, que me deje sin aliento. Mejor no autoengañarse, entonces. No eres especial (no para mí), mis debilidades están ahí y yo las conozco de sobra. Habrá que analizar la jugada.

(Aquel invierno no paraba de llover).

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