domingo, 22 de abril de 2012

La hora de marchar siempre aterra.

Gracias, Chaminade. Gracias por hacerme llorar ayer como una idiota y por los abrazos y los todo-pasa-y-todo-llega-pero-lo-nuestro-es-pasar bailando el Cadillac en la sala alternativa como si no hubiera mañana (y no había, de hecho, porque la mañana ya había llegado y se colaba por las ventanas empapadas de sudor). Gracias por ayudarme a resistir a la locura del manicomio, gracias por los besos impregnados de rimel corrido y los abrazos colectivos y los pulgares en los párpados para enjugar las lágrimas. Gracias por haberme dado un hogar durante dos años, por Mario subiendo a la tarima pasadas las 6 y Teresa viniendo a dormir a mi cuarto porque en el suyo no cabía más gente, Raquel tan pequeña y tan feliz y Eva y Cristina en un mar de pena, Laura sin querer hablar, Alba murmurando de gatos, y el tiempo que no pasa, que no pasa y no llega. Gracias por los bailes.

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