martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad.

Mi prima la mayor se casó el año pasado. Había conocido a su novio en Madrid, a donde se fue porque aquí en la huerta no había trabajo para ella. Ahora han vuelto a vivir cerca de sus padres y la nada les está matando, poco a poco, por desidia. Hoy, su hermana nos ha anunciado la fecha de su boda con un compañero del trabajo. Es abogada en la capital.

Cuando yo tenía ocho años, mis libros de Conocimiento del Medio hablaban de los movimientos poblacionales y decían: años sesenta, migración interna. También, que en Barcelona había cientos de andaluces.

Al llegar a casa de mi tía (casa grande, con jardín, urbanización moderna y habitaciones enormes con muebles de madera), su hija la más grande me ha llevado al salón copa de vino en mano para darme la noticia: se va a Inglaterra. El diez de enero. Para pasar navidades con la familia masticando despacio su licenciatura en Bellas Artes con mención de fin de promoción (séneca en Salamanca) y especialización en Ilustración por la privada. Que se está muriendo, me dice. Que no puede más con sus veintiséis años y esa casa de su madre, ese levantarse, hacer nada, leer un libro, preparar la comida, limpiar los suelos y esperar a que quien sí lo tiene vuelva del trabajo. Durante tres años. Veintiséis y se muere.

Se va con una amiga, dice, llevan preparándolo meses. Que es la ciudad con menos tasa de paro de todo el país. Que hay una fábrica de fruta (de conservas, supone mirando a otro lado) en donde contratan a todas las extranjeras. Que han conocido por internet a un cordobés que les puede alquilar habitaciones. Y uno de mis tíos sonríe risueño al grito de qué aventura, estarás contenta. Y ella no responde (feliz navidad, familia) porque le cuesta demasiado tragar el arroz condimentado con su licenciatura, su especialización, la primera ilustración que le compró una revista de verdad, sus acuarelas, sus manuales de cinco años de carrera y toda su mierda de ilusiones. Después se gira y me dice: yo quería ir a Londres, me hacía ilusión; pero con el precio de los alquileres, a los dos meses habría muerto de hambre.

(En 1963, Aparecida Palop, hermana de mi abuelo, cruzó la frontera camino de Suíza. Volvería treinta y dos años después).

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